Nacido de las partes genitales arrancadas del personaje mitológico Agditis, el almendro tiene renombradas alusiones no solamente en la tradición griega, sino también en la hebrea (donde Luz y Almendra se denominan de igual modo, por lo que se dice que la base del almendro es por donde se penetra a la ciudad misteriosa de Luz), en la tradición judía (donde la almendra representa lo escondido, por lo que comer una almendra significa descubrir un secreto), en la tradición cristiana (donde Jesucristo es representado por una almendra, porque su naturaleza divina está escondida en la humana)…
Tiene sus orígenes en las regiones montañosas de Asia Central, donde se cultiva desde los años 4000 – 5000 a.C.
Al parecer, en España fue introducido por los fenicios, llegando a ser actualmente nuestro país uno de los mayores productores mundiales.
La almendra, fruto del almendro, es un alimento imprescindible en una dieta sana y equilibrada… mediterránea, como la nuestra, ya que es uno de los frutos secos con mayor aporte de Vitamina E y con un altísimo valor antioxidante.
Contiene una notable cantidad de fibra soluble, que llega al 10% de su composición aproximadamente, lo cual debemos contemplar al hablar de sus propiedades reguladoras del intestino.
Rica en proteínas (19g/100g), es una de las escasas fuentes de proteína vegetal que contiene arginina (aminoácido esencial para los niños).
Esta característica nutricional hace de la leche de almendra una fantástica alternativa para los vegetarianos.
Constituye una gran fuente de energía, ya que cada 100 g de almendra común aporta 575 kcal, además de un gran abanico de vitaminas del grupo B, como la B6 ó Piridoxina, B9 ó Ácido Fólico, B1 ó Tiamina, B2 ó Riboflavina, B3 ó Niacina y vitamina B5 o ácido Pantoténico, así como minerales esenciales (zinc, hierro, calcio, magnesio, fósforo y manganeso).
Además de los beneficios para nuestra nutrición, es muy apreciada para el cuidado de la piel, aplicándose su aceite en el tratamiento de la dermatitis o la psoriasis.
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