Hemos acabado enero. Hace ya un mes que nos comimos las doce uvas tradicionales e ineludibles para pasar sin demasiadas sorpresas el umbral del tiempo que marcaron las campanadas de medianoche. En aquel momento, por lo general uno engulle -literalmente y casi sin masticar- cada grano de un racimo, muchas veces limpio de pepitas y pieles, para hacer más liviano el trago y ser quizá el único en llegar sin ahorgarse y a tiempo al último toque… Luego, abrazos, risas, buenos deseos, colapso internauta de felicitaciones… Más cava, más juerga, baile, juegos… olvidando por unas horas nuestro rol, hasta que la noche se diluye en un tranquilo y silencioso amanecer, menos frío que aquellos años de hace tanto.
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